PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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El sentido de la Liturgia Cristiana

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Con estos pequeños temas de liturgia fundamental pretendemos ofrecerles una introducción sencilla a la liturgia cristiana. Seguiremos las orientaciones del Concilio Vaticano II para poder entender cómo la Iglesia quiera alabar al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Y vamos a iniciar nuestro estudio haciéndonos algunas preguntas que seguro tú ya te has hecho: ¿Cuál es el sentido de la liturgia cristiana? ¿Por qué la liturgia?

¿No sería más eficaz y más evangélico un cristianismo sin culto, sin liturgia? ¿Qué relación hay entre culto y vida? ¿Cuál es la novedad de la liturgia cristiana? A lo largo de estos temas iremos juntos encontrando las respuestas.

El proceso de secularización ha hecho desaparecer una determinada visión de la vida donde Dios era la clave de interpretación de la realidad. Dios ahora, nos dicen, queda relegado al ámbito de la conciencia individual y se insiste en el valor nulo de la experiencia de Dios para la convivencia social. El hombre de hoy guarda distancia de las expresiones del culto cristiano a pesar de participar en sus procesiones u otros ritos, por cuestión social en muchos casos. Pero en el fondo, y en la forma, las celebraciones y los signos litúrgicos cristianos, su significado, son ignorados por mucha gente que se dice cristiana.

Determinado tipo de críticas va en la línea de aligerar el cristianismo de ritualismo, de un culto que no es sino una pesada estructura religiosa. Algo de esto es necesario escuchar también. Y, sin embargo, el tema tiene su trascendencia ya que lo que está en juego es la relación hombre-Dios, la posibilidad de que la realidad humana se pueda expresar en relación con Dios. Actos de culto, ritos, símbolos, fiestas... son elementos que pertenecen a la experiencia humana cuando entra en relación con otras personas o con Dios.

La religión se puede definir, desde la fenomenología de las religiones, como la relación del hombre con un ser absoluto, transcendente y personal. Una relación que está estructurada en torno a un sistema de creencias, determinados actos de culto y unas consecuencias para la vivencia ética. Esta definición que afecta a todas las religiones incluye, como vemos, el fenómeno cultual. Este culto incluye dos aspectos fundamentales: la actitud interior del hombre y su expresión externa (tiempo, lugares sagrados, formas expresivas...). Se trata de un fenómeno universal: los hombres siempre han participado en fiestas, plegarias...

Israel tiene conciencia de que Dios lleva la iniciativa en los grandes acontecimientos de su historia. Ahora bien, este pueblo tiene influencias de las religiones de su entorno cultural. Así, el rito del cordero era propio de los pastores nómadas del desierto. Lo solían realizar las familias y las tribus al principio de la primavera. La sangre del cordero, con la que solían rociar los soportes de las tiendas de los pastores, y más tarde, los umbrales de las casas, tenía el valor de un exorcismo.

Los agricultores realizaban el rito de los panes ázimos. Se hacía en primavera. Eran panes con cebada nueva y sin levadura que quería significar, al empezar el año, que todo debía ser nuevo y sin relación con el año viejo. Otros ejemplos: la fiesta de la siega con el ofrecimiento de las primeras gavillas de grano, y las de la recolección de las frutas (Ex. 23,14-17; 34,18-23). Son fiestas de carácter agrícola, ligadas a la naturaleza y las estaciones: la fiesta de la primavera (ázimos), del verano (la siega) y del otoño (recolección).

Pero hay un acontecimiento fundamental en la historia de Israel: Dios salva al pueblo de la esclavitud de Egipto y éste queda vinculado definitivamente a Yahvé (Ex 3,12.18; 5,3; 7, 16; 8,16). Dios establece una alianza con el pueblo y éste, a su vez, deberá rendirle culto como Dios verdadero, liberador (Ex. 6,7). Este hecho hace que Israel posea desde ese momento un culto único y original. Vale la pena recorrer el libro del Éxodo desde la perspectiva del culto y la historia: nos ayudará a entender el contexto de la Cena pascual y de nuestra Nueva Pascua (volveremos sobre este tema).

Por eso afirmamos que el culto hebreo y el culto cristiano. Tienen un valor histórico-salvífico.

Las fiestas de Israel se hacen coincidir con los grandes acontecimientos de su historia en los que Dios se manifiesta como liberador. Los ritos de celebración cobran un carácter de acontecimiento memorial de las intervenciones divinas en la historia del pueblo. Los ritos del cordero y los ázimos, ejemplos que hemos propuesto, al quedar integrados en la celebración de la Pascua, dejan su antiguo significado y pasan a ser memorial del poder liberador de Yahvé.

La fiesta de la siega se convierte en la de las siete semanas de la liberación, que culmina con la alianza y la entrega de la ley. La fiesta de la recolección es ahora fiesta de las tiendas, en la que se recuerda la peregrinación del pueblo por el desierto (Lv 23,43) y la presencia de Yahvé en medio de ellos, bajo una tienda (Ex. 29,44-46).

El mismo sábado es comparable a otras instituciones de otros pueblos pero tiene su originalidad al ser un día santificado por su relación con el Dios de la alianza. Este día se caracteriza por el ofrecimiento de los doce panes de la presencia para poner a las doce tribus de Israel ante los ojos y la presencia de Yahvé (Lv 24,5-9).

Hay, pues, una diferencia notoria en el culto de Israel respecto a los pueblos vecinos: ya no está ligado a los ritmos de la naturaleza, en Israel el culto se vincula a su propia historia como lugar donde se hace presente la acción salvadora de Dios. Esto lleva consigo que el pueblo se implica en la acción salvadora de Dios. Dios es parte de su propia historia.

Aquí es importante la palabra memorial: evocación y actualización de las acciones de Dios en su propia historia. Esta orientación pervive también en el Nuevo Testamento (pero centrada en Cristo: Él es la realidad salvífica por excelencia). Esto es interesante: hay una línea histórica que vincula el Antiguo y el Nuevo Testamento. Dios actuó en la historia del pueblo israelita y esa acción culmina con la liberación traída en la venida del Hijo de Dios. Dios ha dispuesto sabiamente que el Nuevo Testamento esté latente en el Antiguo y el Antiguo esté patente en el Nuevo (Dei Verbum, 16).

El Vaticano II nos lo ha recordado así en la Constitución de Liturgia: "Dios... habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas (Hebr 1,1), cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a si Hijo, el Verbo hecho carne... Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión" (Sacrosanctum Concilium. 5; Catecismo de la Iglesia Católica, 1067).

El culto cristiano es, por tanto, memorial del misterio de Cristo muerto y resucitado y, también, esperanza del cumplimiento definitivo de su Reino. Todo lo que se había ido preparando en la historia de la salvación tiene su culmen en el acontecimiento histórico de la presencia de Cristo entre nosotros (encarnación). Y toda esta historia se hace presente en la celebración litúrgica. La liturgia aparece ante nosotros como una especie de “síntesis” de toda la historia de la salvación.

No es extraño que la “razón de ser de la liturgia” la encuentre el Catecismo de la Iglesia Católica en un plan querido por Dios desde siempre y que se describe desde su propio amor a los hombres: "En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad y su "designio benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal es el Misterio de Cristo (cf Ef 3,4), revelado y realizado en la historia según un plan, una "disposición" sabiamente ordenada que S. Pablo llama "la economía del Misterio" (Ef 3,9) y que la tradición patrística llamará "la Economía del Verbo encarnado" o "la Economía de la salvación" (CIC, 1066).

En efecto, el Dios-Amor ha querido hacer historia con el hombre, este ha sido su plan y nos lo ha dado conocer por medio de Jesucristo. La liturgia hace presente “a su modo” este plan: por eso nada hay en la liturgia que no sea “por Jesucristo, Nuestro Señor”.

Fuente: http://www.diocesisciudadreal.es/

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