PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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VALOR DE LOS CATECISMOS (Segunda Parte)

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La autoridad del catecismo viene de ser instrumento del Magisterio ordinario (Papa, Concilios, Obispos en sus diócesis), que lo emplea para la educación de la fe de los cristianos. Sea redactado materialmente por los depositarios de ese magisterio o lo hagan otros por su encargo o mandato, es su sanción y aprobación la que confiere al catecismo su dignidad eclesial. Es la autoridad la que garantiza la autenticidad del mensaje y la que discierne la oportunidad y la bondad del lenguaje.

Con todo, el catecismo como instrumento no surge entonces. Ya antes era de  frecuente uso, pues desde los primeros siglos el lenguaje escrito estuvo en manos de algunos pastores. Lo que tuvo de acierto Lutero, que dio un gran impulso al concepto y al término, fue ponerlo en manos de los todos los pastores en tiempos de ignorancia popular e incluso de los que recibían la catequesis, de los fieles que eran capaces de leer. Esto lo hizo posible el uso de la imprenta que facilitó desde 1455 el uso masivo de los escritos. El texto impreso hacía posible difundir de forma sólida y masiva determinado modo de pensar religioso. El Magisterio y los pastores católicos también comprendieron que era un instrumento valioso e imprescindible.

Sin la autoridad del Magisterio, el catecismo no es más que un libro que trata de temas religiosos relacionados con la fe. La aprobación, pues, que se hace de un catecismo no es sólo un gesto administrativo o la declaración de un "nihil obstat" burocrático, sino una garantía de que lo escrito en el libro es un vehículo de la verdad confiada a la Iglesia. Aquí está su valor.

La fuerza persuasiva y directiva del catecismo viene de su conexión con el Evangelio (Palabra de Dios) a través de los sucesores de los Apóstoles (Obispos). A eso no puede aspirar cualquier otro instrumento o recurso escrito.

En consecuencia, el catecismo se convierte en instrumento de referencia comunitaria. Es un recurso que vincula a los pastores de una comunidad creyente y, sin obligarles a la uniformidad, les facilita la unidad y la intercomunicación. El catecismo, más que base y guía de las palabras orales o fuente de explicación, sirve para que lo aprendido se conserve y se repase, se reitere y se concrete en fórmulas claras, se intercambie con los demás en el tiempo y en el espacio.

Vale para que, a lo largo de la vida, se pueda mantener un lenguaje y el mensaje recibido y entendido y que facilite el intercambio o la concordancia en el hablar religioso. Hace posible que los padres hablen a los hijos, que los maestros instruyan a los discípulos, que los catequistas se pongan de acuerdo en lo que transmiten a los catequizándoos. Sin tal instrumento, sólo habría palabras huecas y confusiones frecuentes.

Como cada comunidad de creyentes se halla inmensa en una cultura y tiene su propio lenguaje. Los catecismos escritos pueden y deber ser diferentes por lo que se refiere a la forma, a las circunstancias y a la configuración. Pero coinciden en lo esencial que, en definitiva, es el misterio cristiano.

El catecismo tiene un sentido instrumental y complementario a la comunicación viva. No reemplaza la palabra personal, que es la primera fuente de la transmisión. Pero ayuda a la claridad, a la concreción y a la sucesión ordenada de los contenidos del mensaje revelado. Ofrece un soporte que objetiva las exposiciones: explicaciones, ideas, datos, referencias. Permite la confluencia de todos los que participan en la tarea educadora.

Recuerda y vivifica los cauces preferentes que se siguen y se comparten con otros que se relacionan con la educación. Ayuda en el desarrollo de los planes y formas de educación de la fe, sin reducir la tarea a la de un libro de texto escolar, con el que se hace lo mismo, pero criticando, discutiendo, aclarando, complementando o restringiendo.

Los Catecismos siguen siendo elementos básicos de referencia para quienes dan catequesis. Aunque las metodologías, las consignas pedagógicas y las dinámicas catequísticas van cambiando en los catecismos, según los tiempos y con las influencias de diversos ámbitos, el mensaje que lleva es siempre el mismo: el mensaje de Jesús contenida en el Evangelio y enseñada por la Iglesia.

Los catecismos son "instrumentos al servicio de la fe". Por lo tanto tienen que ser usados como instrumentos y recursos. Son un elemento fundamental en el acto catequético, ya que centralizan el anuncio cristiano y la experiencia de fe vivida y traducida por la Iglesia. Proporcionan lenguajes y conceptos referenciales y hacen de elemento de enlace entre los que lo transmiten y quienes lo reciben.

Pero no agotan todos los rasgos que deben concurrir al acto catequético. Porque la catequesis no puede reducirse a explicar el catecismo al niño y que éste se limite a aprenderlo, hay que indicarle en todo la vida cristiana. El catecismo está hecho y la catequesis se va haciendo.

 - Lo que no es el Catecismo -

Con frecuencia se identifica el término catecismo con cualquier libro sencillo, sistemático, de conocimientos elementales en un campo: catecismo del agricultor, catecismo del emigrante, catecismo de la salud familiar. Pero no hay que confundir la idea de catecismo como "síntesis de doctrina cristiana" con otras realidades análogas.

No es un texto escolar

El catecismo no es un texto escolar, que recoge un aspecto religioso y ayuda al estudiante a ordenar conocimientos, al ofrecerle por escrito la documentación básica que debe entender, retener y aplicar después. El catecismo tiene que ver con la cultura y la inteligencia, pero no posee sólo un contenido instructivo, operativo o interdisciplinar.
El texto académico se define por su dimensión pedagógica (intelectual o vivencial), por su intencionalidad (científica o social) y por su metodología (activa o pasiva). Es soporte y estímulo de conocimientos y de habilidades. Suscita la crítica y la acción complementaria.

El catecismo va más allá. Demanda aceptación y no sólo comprensión. Fomenta vínculos con la vida cristiana apoyada en la fe y con el mensaje evangélico que es vida interior.

No es un Manual de piedad

El manual de piedad es un escrito más o menos largo o sistemático de carácter moral y ascético: aconseja, sugiere, ilustra, invita. Es guía de vida cristiana, personal o colectiva, y reclama la voluntad libre y la conciencia afectuosa de quien lo maneja con interés o preferencia.

El manual actúa de " devocionario" para la piedad si enseña a vivir y creer, a orar y a compartir, a sentir el mensaje cristiano como un desafío personal y comunitario. Puede también resultar "consultorio" si ofrece pistas para resolver interrogantes morales o espirituales. Puede presentarse como "síntesis" de conceptos, términos, relaciones, datos más enciclopédica o más resumidamente presentado.

Pero el catecismo es mucho más que todo esto: sintetiza pero con progresión y desde la perspectiva del mensaje cristiano; alienta a la vida pero desde la fe y no sólo desde la instrucción; relaciona pero con cauces evangélicos. La dimensión ascética y moral del catecismo es consecuencia del mensaje que posee, no centro de su ser.

No un Compendio y un Tratado de Teología

El tratado, suma, manual, prontuario, ensayo o libro de Teología, son escritos sistemáticos, racionales, argumentales y polifacéticos, en los cuales se recogen doctrinas cristianas expuestas de diversa forma o con variada intención y extensión.

El catecismo tiene que ser "teológico" por su contenido, pero su óptica no puede ser sólo racional. Trata las cosas de Dios en forma de síntesis armónica, pero desde la óptica de la fe, del mensaje evangélico y de la respuesta cristiana. Tal visión requiere la dócil acogida de quien desea instruirse en la verdad para vivirla, no sólo para conocerla.

El catecismo no es un tratado "rebajado" de Teología, orientado a cristianos menos instruidos. Es un libro de instrucción, pero lo es además de educación. Se caracteriza por ser breve, sencillo, comprensible y cómodo. Su labor es educar la fe, no sólo formar la inteligencia.

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