PROGRAMA Nº 1168 | 24.04.2024

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NUESTRA SEÑORA DE LA MISERICORDIA

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El santuario dedicado a Nuestra Señora de la Misericordia, cuya cripta envuelve el lugar de las apariciones y donde, sobre la misma piedra desde la que habló Nuestra Señora, se encuentra una bella imagen de mármol blanco

El 18 de marzo de 1536 el humilde labrador Antonio Botta se dirigía a trabajar al valle de San Bernardo, provincia de Savona, cuando al cruzar un pequeño arroyo afluente del Letimbro, se detuvo a beber. Antonio había nacido en 1470, estaba casado con Catalina Cavaza y era padre de dos hijos, Masino, muerto a poco de nacer y Catalina.

El labriego se lavaba las manos a la vera del arroyo cuando de repente escuchó una suave y dulce voz que lo llamaba por su nombre. Al alzar la vista, vio descender del cielo, envuelta en radiante luz, a la mismísima Virgen Santísima.

El buen Antonio cayó de rodillas preguntando a la Santa Madre que era lo que quería y aquella, con suavidad, le respondió que debía encaminarse a la iglesia de San Bernardo para decirle a su párroco y confesor, fray Daniele Porro, que a partir del siguiente sábado debería organizar tres procesiones diarias en honor de Dios y de su Santa Madre. Antonio prometió hacer lo que se le ordenaba, finalizando la Virgen que al cuarto sábado volviese al mismo lugar.

Cumplido el pedido regresó Antonio el día indicado, 8 de abril, para encontrar a la Madre del Cielo de pie en el mismo lugar, vistiendo una túnica blanca y sonriéndole dulcemente. Y una vez más volvió a hablarle empleando aquella voz suave con la que lo había cautivado para decirle la célebre frase “Misericordia quiero y no justicia”, en alusión a las sangrientas guerras entre España y Francia que tenían a Italia por campo de batalla.

El suceso no tardó en ser conocido por los habitantes del valle y tanto corrió la voz que, en poco tiempo, acudieron peregrinos de todo el norte de Italia e incluso de la misma Francia, a visitar el lugar de la aparición donde, al poco tiempo, se erigió una pequeña capilla. Por ese motivo, en julio del mismo año, el Gran Consejo de Savona encargó al célebre arquitecto Antonio Sormano la edificación de un santuario dedicado a Nuestra Señora de la Misericordia, recomendándole especialmente que la cripta envolviese el lugar para colocar en ella, sobre la misma piedra desde la que habló Nuestra Señora, una bella imagen de mármol blanco.

Con las obras de edificación comenzaron, en forma paralela, las del contiguo hospicio de los peregrinos, verdadero palacio destinado a dar alojamiento a quienes acudían de tierras lejanas a venerar a la Virgen. Y a partir de entonces, los 18 de marzo los fieles saldrían en peregrinación desde Savona, cumpliendo el pedido que Nuestra Señora hiciera a Antonio Botta, recorriendo el trayecto que desde esa hermosa ciudad conduce al santuario, junto al río Letimbro, pasando muy cerca de la casa del labriego que aún se conserva intacta.

A ese santuario llegaron a orar personalidades de gran importancia, entre ellas, S. S. el Papa Pío VII, deseoso de cumplir su promesa de agradecer a la Santa Madre, a quien se había encomendado, su liberación luego de tres años de duro cautiverio en Savona y dos en Fontanieblau, en poder de Napoleón. El mismo Pontífice coronó solemnemente a la Virgen el 10 de mayo de 1815, en una emotiva y multitudinaria ceremonia.

Nuestra Señora de la Misericordia es patrona de las ciudades de Savona (Liguria), Ajaccio (Córcega), y desde el 8 de septiembre de 2002, del barrio de Caballito, en Buenos Aires. Finalmente, conviene advertir que no debe confundirse a esta advocación con la homónima española, patrona de Burriana, que data del siglo XIV, cuyo manto protector extiende sobre los fieles.

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