PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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LA LITURGIA COMO FUENTE DE VIDA (Primera Parte)

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La sagrada liturgia no agota toda la acción de la Iglesia, debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad. La implicación entre liturgia y vida ha dado mucho que hablar. Que si la vida va por un lado y los ritos van por otro, que si no somos consecuentes… El AT nos revela cómo Dios no olvida al hombre y éste recibe y actúa según la alianza entre ambos. La vida no es un ámbito extraño para Dios. La iniciativa de Dios ha de tener una respuesta en el pueblo: la aceptación y el compromiso con la Ley santa que Yahvé le propone. Israel es así el pueblo de Dios para servicio del mismo Dios. En este contexto Dios no se contenta con un culto exterior o con una adoración fuera de la vida:

"Ahora Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que respetes al Señor tu Dios; que sigas sus caminos y lo ames; que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma; que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien" (Dt 10,12-13). Esta forma de entender el culto está en la conciencia del pueblo, pero Israel lo va a olvidar y va caer en la “ritualización” de su relación con Yahvé. Entonces los profetas, hombres de fe en el Dios de la alianza, sacudirán la conciencia del pueblo y le recordarán que, sin misericordia, justicia y amor, todos los actos culturales son vanos y no tienen ningún valor para Yahvé (Is. 1,11-16; Jer. 7,1-11: Am. 5,21-25). Fue dura esta crítica profética que también es llamada de atención a nuestra vida. El hombre nuevo del que habla Jesús en el evangelio es un hombre en el que tiene primacía la interioridad. Su vida está orientada y dirigida por el Espíritu (Jn 4,14; Mc 1,18). Para Jesús el culto tiene como fuente la misma interioridad. Por eso, Jesús entra en la corriente profética que critica el culto compatible con la injusticia y otros intereses ajenos (Mc 11,15-17) y propone lo que de verdad agrada a Dios: la ofrenda sin odio (Mt 5,23) el amor verdadero a Dios y al prójimo (Mc 12,33); la purificación que nace del corazón (Mc 7,21-23).

Jesús no es un reformador del culto: anuncia el fin del templo como espacio cultual por excelencia (Jn 2,19) y el del mismo culto (Jn 4,21). Con Jesús se inaugura una nueva era donde el templo será su cuerpo glorificado (Jn 2,21) y el culto el de la propia existencia realizada según el modelo dejado en su vida (Jn 4,22-24). El mismo Jesús personifica y ejemplifica el culto que quiere que den los suyos al Padre. La comunidad cristiana así lo va a entender. En la reflexión que desde la fe hace la comunidad interpreta la vida de Jesús desde la figura del Siervo de Yahvé, que ofrece su vida como sacrificio (Mc 10,45; Lc 22,37; cf. Is 53,10). En este sentido, la reflexión de la carta a los Hebreos es significativa. Jesús entra en el mundo en actitud sacrificial, se va a ofrecer a sí mismo entregando la vida en obediencia hasta la muerte (Hbr. 9,14; 10,4-10). Con la muerte de Jesús acaba el tiempo del antiguo sacrificio ritual que se ofrece en el templo y se abre la nueva etapa en la que el culto no consistirá ya en el sacrificio de las cosas sino en el sacrificio de la propia vida consumada en la fidelidad y en el amor. El culto agradable al Padre será, pues, cumplir la voluntad del Padre. De momento vale para acentuar un poco la novedad que supone la persona de Cristo para nosotros. (Más adelante seguiremos explicando esto porque puede dar la sensación de que si esto es así para nada valen los ritos y símbolos litúrgicos).

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